viernes, 14 de marzo de 2008

(3) Irena Sendler - La madre de los niños del Holocausto


Irena vivía los tiempos de la guerra pensando en los tiempos de la paz.

Por eso no le bastaba solamente mantener a esos niños con vida.
Quería que un día pudieran recuperar sus verdaderos nombres, su identidad, sus historias personales, sus familias.

Entonces ideó un archivo en el que registraba los nombres de los niños y sus nuevas identidades.

Anotaba los datos en pequeños trozos de papel y los guardaba dentro de botes de conserva que luego enterraba bajo un manzano en el jardín de su vecino.

Allí aguardó, sin que nadie lo sospechase, el pasado de 2,500 niños…
hasta que los nazis se marcharon.
Pero un día los nazis supieron de sus actividades.

El 20 de octubre de 1943, Irena Sendler fue detenida por la Gestapo
y llevada a la prisión de Pawiak donde fue brutalmente torturada.

En un colchón de paja de su celda, encontró una estampa ajada de Jesucristo.
La conservó como el resultado de un azar milagroso en aquellos duros momentos de su vida, hasta el año 1979, en que se deshizo de élla y se la obsequió a Juan Pablo II.

Irena era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que albergaban a los niños judíos; soportó la tortura y se rehusó a traicionar a sus colaboradores o a cualquiera de los niños ocultos. Le rompieron los pies y las piernas además de imponerle innumerables torturas. Sin embargo nadie pudo romper su voluntad.

Así que fue sentenciada a muerte. Una sentencia que nunca se cumplió, porque camino del lugar de la ejecución, el soldado que la llevaba, la dejó escapar.

La resistencia le había sobornado porque no querían que Irena muriese con el secreto de la ubicación de los niños.

Oficialmente figuraba en las listas de los ejecutados, así que a partir de entonces, Irena continuó trabajando, pero con una identidad falsa.
Al finalizar la guerra, ella misma desenterró los frascos y utilizó las notas para encontrar a los 2,500 niños que colocó con familias adoptivas.

Los reunió con sus parientes diseminados por toda Europa, pero la mayoría había perdido a sus familiares en los campos de concentración nazis.
Los niños sólo la conocían por su nombre clave: Jolanta.
Años más tarde, su historia apareció en un periódico acompañada de fotos suyas de la época, varias personas empezaron a llamarla para decirle:

“Recuerdo tu cara …soy uno de esos niños,
te debo mi vida, mi futuro y quisiera verte…”

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